Cármenes
Catulo
V Vivamos, Lesbia mía, y amémonos, y las murmuraciones de los adustos viejos pensemos que no valen ni el peor céntimo. Los días pueden morir y renacer de nuevo; nosotros, una vez extinta nuestra breve luz, habremos de dormir una noche perpetua. Dame, pues, mil besos, y después cien, otros mil después, y por segunda vez otros ciento, después mil sin parar, y después ciento de nuevo, y cuando nuestra cuenta haya sumado muchos miles, embrollémosla, no los contemos, para que ningún envidioso pueda causarnos desgracia al saber que han sido tantos, tantos los besos. (Versión de Luis Antonio de Villena) III Afligíos, oh Venus y Cupidos y todo el que venere la belleza: que ha muerto el pajarillo de mi niña; pajarillo, delicia de mi niña, a quien más que a sus ojos ella amaba, pues era como miel, la conocía tanto como a su madre una muchacha, y no se separaba de sus faldas, que saltando de un lado para otro piaba sin cesar sólo a su dueña. Ahora sigue el camino de las sombras, allá de donde, dicen, nadie vuelve. mas malditas seáis, malas tinieblas del Orco que lo bello devoráis: tan bello pajarillo me robasteis. Mi pobre pajarillo, ¡qué desdicha!, por ti ahora los ojos de mi niña están rojos e hinchados de llorar. (Versión de José Luis Rodríguez Tobal) LXXXV Odio y amo. Por qué lo haga, acaso preguntas. No lo sé; pero siento que lo hago, y me atormento. (Traducción de Rubén Bonifaz Nuño) |